Quizá porque mi niñez sigue jugando en tu playa
Y escondido tras las cañas duerme mi primer amor
Llevo tu luz y tu olor por donde quiera que vaya
Y amontonado en tu arena guardo amor, juegos y penas
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Buscando las palabras para contar esta historia me valí de muchas canciones y amigos que puedan darme herramientas para desentrañar ese vínculo tan complejo y diverso como es el hogar, la pertenencia y el arraigo. La de arriba es Mediterráneo, de Joan Manuel Serrat y tal vez sea el primer sentimiento con el que asocio mi relación con Fusa, Fusagasugá, The little land, la tierrita, ese lugar donde brotaron mis raíces y del cual, como dice Serrat, llevo su luz y su olor por donde quiera que vaya.
Aunque este texto tiene otra finalidad, pretendo, de arranque, sentarme en la misma posición que describe Leonardo Padura frente al barrio que lo vio crecer toda su vida en La Habana, Mantilla: “más que cubano, más que habanero, siempre me he sentido mantillero, y desde esa cualidad que para otros puede resultar insignificante he mirado
la vida y la ciudad, he sentido eso que solemos llamar la patria y hecho mi literatura. Desde esa empecinada pertenencia he decidido quedarme, en mi circunstancia, y escribir en ella y sobre ella”.
Fusa tiene la bendición geográfica de estar rodeada de montañas (yo sé que no es algo nuevo en Colombia) y flores. No en vano uno de los más exitosos y completos ciclistas profesionales que ha tenido este país nació allí: Lucho Herrera. El tan trillado cuento dice que antes de dedicarse al pedal (y a la industria motelera, aunque eso vino después del retiro), Lucho trabajó en viveros de la zona en el cultivo de flores, por eso en su ascenso al estrellato de la bicicleta se le conoció como ‘el jardinerito de Fusagasugá’.
Y mentiras no son. Familiares míos, contemporáneos con Luis Alberto, me cuentan que todos los días, antes de ir a estudiar, subía en bicicleta junto con su hermano Orlando cargados de flores para funerales -pudieron ser anturios o claveles- desde Fusa hasta el cementerio Jardines del Apogeo, ubicado en Matatigres, en la entrada sur de Bogotá. Songo sorongo son aproximadamente 61 kilómetros de distancia solo en un trayecto.
De ahí en adelante lo que vino fue pura historia patria. A punta de ‘aguapanela’, Lucho fue el primer colombiano en ganar la Vuelta a España en 1987 y el primero en ganar una de las tres grandes carreras del ciclismo mundial (Vuelta, Giro de Italia y Tour de Francia). Fusa quedó desde ese instante ligada a la historia del ciclismo nacional.
Este inciso viene a colación porque en mi ser fusagasugueño el ciclismo, Lucho, han estado directamente vinculados con ese sentido de pertenencia. Si a Padura lo ligan a Mantilla la casa que construyeron sus papás en 1954 y en la cual vive todavía, a mí me ligan con mi pueblo la bicicleta y los guayacánes florecidos.
Es temporada de guayacánes florecidos, esta foto es de un par de semanas atrás.
El cuento de las flores, las montañas y Lucho, no vienen en vano a esta historia. En 1974 el venezolano Nelson González lanzó con su agrupación, sus Estrellas, un disco dedicado a Colombia (ese es su nombre) y con dicha publicación se le anticipó al ciclista para dejar el nombre de Fusa en la playlist rumbera y parrandera del país. De paso, marcando mi relación con el pueblo e imprimiendo una sensación que solo llega estando allí.
El aire que respiro aquí, ay
El aire que respiro allá, ay
Me trae muchos recuerdos de mi Fusagasugá
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¡¿Por qué putas Nelson le escribió una canción a Fusa?! ¿Habrá sido huella de un amorío setentero en plena época de gafas grandes y pesadas y pelo largo? Fueron muchos, pero muchos años de mi vida con interrogantes de este tipo.
No lograba comprenderlo, faltaba una pieza que no dejaba descansar mi curiosidad. La historia de Fusa con cantantes famosos es más bien desastrosa. Por muchos años se dijo que la última vez que Vicente Fernández pisó el pueblo, para un concierto en el Club del Comercio, le robaron un reloj y juró nunca más volver. Dicen que a Helenita Vargas le estampillaron una botella de aguardiente en la cabeza en un concierto en una gallera y a Henry Fiol, cuando fue, no le asistieron más de 20 personas.
¿De dónde sacó el venezolano el impulso para escribirla? No hay ninguna caleña, no suena frecuentemente el Sanjuanero, de bailaderos más bien poco y de forasteros pocón, pocón.
Esa canción me ha acompañado en diciembres, en periodos prolongados de lejanía, recuerdos me llegan de escucharla, sin pedirla en Ocaña, Norte de Santander, y Cartagena. Son audiciones que se sienten como alarmas y llamados de atención. Se sienten como la tierra reclamándome de regreso.
Después de tantos años cabeceando con ese coro tan pegajoso (Fusa, Fusagasugá; Fusa, Fusagasugá) me quedaría muy difícil venir a explicar por qué aún cuando estaba estudiando mi Universidad decidió llevar a Nelson y su orquesta a presentarse en el concierto anual que organizan.
Tanta fue la expectativa que hasta le montaron una coreografía, que hoy pudo ser un TikTok, a La sirena, planeando romper un récord de gente bailándolo durante el concierto. En medio de esa campaña la suerte me llamó el martes antes del concierto mientras estaba en clase porque Nelson estaba en el campus y en la emisora virtual de la Universidad, de la cual hacía parte, no tenían quién entrevistara al músico venezolano y sería el único espacio que tendrían para entrevistarlo.
No lo dudé y allá estaba. Prendimos cámaras, Nelson y su hijo estaban sorprendidos de ver la edad de sus interlocutores (yo tendría poco más de veinte años) y arrancamos. Durante todo el espacio solo tenía en mente una cosa: Fusa, Fusagasugá; Fusa, Fusagasugá. Y por fin llegó el espacio.
Maestro, yo no puedo dejar pasar esta oportunidad sin preguntarle por una canción que usted grabó en 1974 y me ha acompañado toda mi vida. Yo soy de Fusagasugá y ya se imaginará de qué le hablo, ¿podría contarme de donde nace la intención de cantarle a esta ciudad? -Le dije.
A mi me pidieron en Fusagasugá, allá, que si podía hacerle una canción a la ciudad. Yo no lo había pensado. Pero me metieron la idea en la cabeza. Eso fue durante una gira que yo estaba haciendo con sede en Bogotá, estábamos irradiando varias ciudades en 1973, entre ellas Fusagasugá. Pero me fue muy fácil. Yo soy asmático y cuando salí de la ciudad me dije ‘ay, qué rico el aire que respiraba en Fusagasugá’. El aire que respiro aquí, ay, el aire que respiro allá (ríe). A partir de ahí hice la canción y añadí todas mis técnicas musicales y gustó muchísimo. Siempre la toco y Nelson David (su hijo) la canta - me contestó.
Después de esa pregunta y de saciar mi curiosidad, me atreví a preguntarle si me iba a dar el gusto de escuchar la canción en vivo. Primero vino el silencio, creo que no esperó que le pidiera eso (yo tampoco creí eso). Mi reacción ante ese silencio fue reír y me dijo, entre chiste y chanza, que lo estaba obligando, pero antes de cambiar de tema me confirmó que iba a tocarla ese día.
***
No quiero ir a la cita
Porque estará el forastero
Y yo le tengo recelo
A quien tu querer me quita
(El forastero - Nelson y sus Estrellas)
Cuando llegó el día del concierto yo estaba decidido. Sí o sí iba a salir de ese recinto consagrado después de cantar ese coro. Cuando saltó la orquesta a escena empezó, como lo esperaba, con lo más clásico y el ambiente no podía ser otro, como dice Juli en una de sus playlist, era un ambiente de fiesta de los papás.
A pesar de no haberme ubicado cerca de la tarima, entre cada corte de canción comencé a gritar Fusagasugá. Pasaron y pasaron canciones, anocheció, y A Fusagasugá no sonaba. Comenzó a llover y en vez de mermar, seguí gritando y la gente a mi alrededor se unía a mi al final de cada canción, hasta que pasó.
Nelson Jr. tomó la vocería y comenzó a contar que durante la semana previa habían estado en una gira de medios dentro de la Universidad y que en una de las entrevistas, un muchacho les había pedido la dichosa canción y su padre había prometido tocarla. Y tal como lo dijo Nelson, el viejo, su hijo tomó el micrófono y el piano tocó las cinco notas que dan inicio a la canción y yo entré en éxtasis (véase el gif).
Después de ese momento no conté los abrazos de los amigos que me acompañaban ese día. Cuando me di cuenta la garganta me daba aviso de que se tomaba un respiro y yo estaba sin voz, pero lo había logrado. La curiosidad que sentí por veintitantos años ahora era una anécdota, porque más que conocer a Nelson, logré preguntarle por una de las canciones que ha marcado mi historia musical y a la postre, mi historia.
- Hugo.